Comenzó a recomendarse, en los últimos tiempos, una frecuencia de consumo de pescado mayor a 3 veces por semana para asegurar un buen aporte de ácidos grasos poliinsaturados Omega 3, dado que su deficiencia esta asociada a más de 50 patologías diferentes.
En aquellas personas que sufren hipercolesterolemia, hipertrigliceridemia o un síndrome metabólico, el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular o cardiovascular aumenta considerablemente, dado que las arterias sufren daños no siempre irreversibles por los depósitos de colesterol que se acumulan en ellas, que conlleva a que, en casos severos, se produzcan isquemias o trombosis, consecuencia de los infartos.
Para mejorar el perfil lipídico del individuo, este debe insistir en el cambio del estilo de vida, aumentar la actividad física y profundizar en el aprendizaje de nuevos hábitos alimentarios donde se disminuya el consumo de colesterol y grasas saturadas. Estas maniobras conforman el plan maestro para combatir trastornos metabólicos.
El Omega 3, por su parte, acompaña esta batalla contra el colesterol alto u otra patología nombrada disminuyendo los niveles de colesterol malo (una lipoproteína de baja densidad aterogénica). Al haber una disminución de los receptores hepáticos que captan esta lipoproteína, la misma queda circulando en la sangre depositándose en las arterias. El Omega 3 actúa sobre estos depósitos o placas que se forman en las arterias, impidiendo su formación, lo que favorecería una disminución de la presión sanguínea y de casos isquémicos.
Alimentos ricos en Omega 3 son los denominados “pescados azules”, conocidos como pescados grasos, También el Omega 3 puede encontrarse en alimentos de origen vegetal, tales como nueces, semillas de calabaza, de chia o lino.