Efectivamente, los beneficios del árnica más conocidos son los referentes a sus propiedades analgésicas y antiinflamatorias mediante su uso tópico, que le confieren su capacidad para aliviar el dolor directamente en el primer caso y como consecuencia de reducir la inflamación en el segundo. A ellas se suma su poder rubefaciente, esto es, estimula la circulación sanguínea en la zona en que se aplica, y con ello reduce la formación de hematomas.
Las propiedades medicinales del árnica mediante su uso interno están relacionadas con la mejora en las afecciones del aparato respiratorio. Pero dada la toxicidad de la planta y el escaso margen entre la dosis terapéutica y la dosis tóxica, se recomienda acudir siempre a un profesional para su uso por vía oral.
Tradicionalmente, para no correr riesgo de intoxicación, ante un problema respiratorio se prescribía fumar hojas secas de árnica. No obstante, esta práctica llegaba a irritar las mucosas y por ello ha caído en desuso.
De todas formas, se pueden aprovechar las propiedades antibióticas del árnica para tratar problemas de la cavidad bucofaríngea mediante enjuagues y gárgaras, teniendo la precaución de no tragar el producto. Así se pueden controlar desde gingivitis hasta piorreas, pasando por anginas, faringitis e incluso aftas bucales.
Las mismas propiedades antibióticas del árnica le permiten tratar el acné de manera local, aunque no debe aplicarse en heridas abiertas.
El árnica es una planta muy habitual en los tratamientos homeopáticos, donde no existe riesgo de toxicidad.