La deficiencia de cromo es total en los productos de origen marino y sin embargo, abunda en aquellos productos que proceden de la tierra, como sea la fruta, las verduras, los lácteos o las carnes... Por esto, la falta de cromo es característica del tipo de vida que se tiene en los países desarrollados, ya que se consume sobretodo alimentos preparados y comidas hechas a base de harinas refinadas (panes, pasta, azúcares, dulces...). Todos estos alimentos contienen menor cantidad de cromo que los alimentos frescos.
Además, cabe decir que las personas que padecen resistencia a la insulina, o han desarrollado una diabetes, o que tengan problemas de alcoholismo severo, también tienen un mayor porcentaje de riesgo para sufrir déficit de cromo. También lo sufren aquellas personas que sigan una dieta estricta de adelgazamiento durante un periodo de tiempo demasiado largo.
El cromo tiene un papel activo en el metabolismo de los hidratos de carbono sencillos (o azúcares) y actúa sobre el control de la absorción de glúcidos y de la secreción de insulina. Esto es porque forma parte intrínseca del factor de tolerancia a la glucosa presente en el cuerpo, el cual potencia también la acción de la insulina.
La insulina es la encargada de hacer posible que los hidratos de carbono simples puedan entrar en las células, y así, ser utilizados como fuente y transformados en energía.
De esta manera el cromo favorece que la glucosa pase al interior de las células y aumenta la energía disponible.
La deficiencia de cromo puede provocar problemas en el corazón, a consecuencia de los elevados niveles de colesterol que se dan en la sangre. Así mismo, se puede desarrollar una intolerancia a la glucosa o resistencia a la insulina o llegar a verse alterado el metabolismo de los aminoácidos. En cuanto a su toxicidad, dado su baja absorción en la dieta habitual, es muy inusual que el cromo tenga efectos secundarios.