Una deficiencia de hierro a nivel orgánico se traduce en una variedad de problemas de salud, entre los que destaca la anemia ferropénica, una deficiencia nutricional que en la actualidad afecta a más del 30 por ciento de la población mundial según la OMS.
Los bajos niveles de hierro a nivel sanguíneo son reversibles con una detección y atención profesional adecuada, pero nuestra dieta es la que debe proveernos de este preciado mineral indispensable para la salud general, que se encuentra en fuentes naturales, principalmente en alimentos de origen animal y en combinaciones vegetales.
Las fuentes de hierro son dos y reciben el nombre de “hemo” y “no hemo”, encontrándose las primeras en productos de origen animal como las carnes rojas, hígado, pescado y aves de corral, siendo el tipo de más fácil absorción. En cambio el tipo “no hemo” es el más abundante en la naturaleza, (aunque de absorción lenta, algo que se soluciona con la adición de vitamina C) ya que está presente en los frijoles, las lentejas, espinacas, soja y sus derivados como el tofú o queso de soja.
La vitamina C mejora la absorción de hierro no hemo, mientras que el calcio, polifenoles, taninos y fitatos pueden reducir las tasas de absorción, razón por la cual siempre se deben combinar alimentos que contienen hierro no hemo con alimentos que son ricos en vitamina C, como cítricos, pimientos y coles de Bruselas.
Sin embargo cuando los cambios en la dieta no son capaces de llevar al equilibrio los niveles de hierro, se requiere de atención profesional para que se receten suplementos de hierro, que por lo general están disponibles en tabletas y en forma líquida, siendo la forma más frecuente las sales de hierro, que incluyen fumarato ferroso, sulfato ferroso y el gluconato ferroso.
El fumarato ferroso es el tipo de hierro que más fácilmente se absorbe, recomendándose por lo general tomarlos dos o tres veces a lo largo del día, sin olvidar los alimentos ricos en hierro y jugos que contengan vitamina C.