La diabetes es un trastorno metabólico en el cual se restringe la producción de una hormona pancreática conocida como “insulina”, encargada de regular los niveles de azúcar en sangre y estadísticamente dos de cada tres adultos con diabetes presentan un cuadro de presión arterial alta, condición que afecta a las arterias y al corazón.
Ambas patologías se pueden manejar con una dieta y un estilo de vida saludable, pero siempre bajo supervisión profesional idónea.
La dieta para la diabetes debe basarse en los alimentos correctos (como los hidratos del tipo complejo que liberan lentamente el azúcar al sistema), ya que esta enfermedad puede determinar otras complicaciones de salud, como enfermedades cardiacas si no se mantiene una dieta destinada a regular la presión arterial, los niveles de colesterol y el peso corporal.
La diabetes que no se controla puede causar hipertensión, además de la edad, los hábitos dietéticos, el tabaquismo y el consumo excesivo de alcohol, pero una dieta destinada a controlar glucosa en la sangre también puede ayudar con la hipertensión, transformándose entonces en factor común saludable para ambas patologías.
Una dieta rica en frutas frescas, vegetales y granos enteros es la que puede mantener estable el azúcar en la sangre, a la vez que minimizan los lípidos en sangre que pueden causar un aumento de la presión arterial.
Estos alimentos son muy ricos en fibra e hidratos de carbono complejos y según la Asociación Americana de Diabetes lo recomendable para los diabéticos es comer una porción de fruta con cada comida compuesta a su vez de dos porciones de verduras en el almuerzo y la cena, con la adición de granos integrales durante todo el día.
El pan o las pastas deberán elaborarse con harinas integrales que conserven el salvado y el arroz también deberá ser del tipo integral, ya que estos son los que se consideran como granos enteros saludables que sustentan adecuadamente los niveles de azúcar en la sangre.
Se deberá evitar terminantemente los productos refinados como los granos blancos, harinas, bollería, pastas y panificados blancos, así como también los productos enlatados o procesados cuyos nutrientes se agotan con la elaboración y además se les añade sodio y azúcar.